Andrea es el resumen
de dos sentimientos encontrados por alguna casualidad en cosas pequeñitas: la
nostalgia y el dolor. Quizás sea el resultado de lo poco que no me he
enamorado. Ya hace un año que me resulta fastidioso y hasta muy distante la
posibilidad de enamorarme como lo hice en mis tiempos del colegio. Siento que
en esa época el dolor, al ser constante y punzante, me hacía escribir como un
derrame constante de ira, frustración, amor. Ahora me falta la poesía, y no sé
si sea por la muerte de mi inocencia o por el despertar de un largo letargo de
obnubilaciones sin sentido como la moda, la presión de escribir como un
esfuerzo intelectual mas no como una extensión de mi imaginación libre y
placentera; con esto no quiero decir que la poesía no represente un esfuerzo en
sí sino que no quiero convertirla en algo simple y burdo, copia de estilos antiguos,
de temas comunes como el amor moderno (que por cierto me parece horroroso y
patético), el insoportable reflejo de la exaltación a la estupidez. Es un
maldito embotellamiento en mi cerebro el que me causa temor, frustración y
dolor. Ya no sé en realidad si podré crear algo nuevo. Probablemente esta sea
la duda que más me atormenta todos los días: no ser auténtico. Que los grandes
placeres de la vida sean los puentes que ardan para iluminar mi camino hacia la
absolución a través de ficciones y de fantasías que ningún ser humano puede
imaginar, solamente yo. Que cada uno de estos desprendimientos de ideas me
sirvan a posteriori para construir mi yo auténtico.
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