Nada que me recuerde algo de tu rostro
esos signos que sólo yo sabía y descubría cuando te contaba una a una las pequitas
y te imaginaba cientos de constelaciones en tu rostro, platanito mosqueado
dulces recuerdos llenos de trompetistas decapitados a la luz de un gigantesco cuarto en el que el humo simplemente era una partitura abierta para todas tus notitas de dolores, perversa niñita de flores marchitas.
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