sábado, 14 de mayo de 2016
Killer
Solo el ser humano mata por placer, por rayuela. Es cierto, no soy ninguna excepción: soy parte del equilibrio; sin embargo, lo mío sí fue el aleteo de una mariposa. A diferencia de la gran mayoría de la gente sobre este planeta, mi voluntad sí actuó libremente, aunque me digan loco. Mi participación en este absurdo, como todo, ha sido finita. He durado lo mismo que una bruma en el bosque cuando la atacan los primeros rayos del sol. Aquí su única victoria fue el atrapar mi cuerpo; ustedes me protegen, a pesar de todo. Ustedes aplicaron sus leyes, yo ejercí las mías. No son necesarias de sus palabras para que me signifiquen algo, siempre he prestado más atención a la mirada. Los signos que esconden, me comunican más que la voz. Ahora entenderán por qué les cosía las bocas después de arrancarles la lengua. Al eliminarles el verbo, solo podía recurrir a los signos, su parte insegura, parafraseando a Soda. Al matar a tantos (70 personas, aunque hubiera querido que fueran más) creé algo nuevo: diálogo. Cada víctima fue un silencio al que todos quisieron darle voz; lo que no sabían es que, tanto metafórica como literalmente, las voces me las había comido yo, y lograr que las vomitara, ese era el objeto del diálogo. Yo sólo quería, precisaba, de voces, porque la mía sola, todavía, no me basta. La tortura simplemente es parte del proceso lúdico, del divertimento. Sé que me podrán decir que pude liberar a mis víctimas (yo les llamo historias) después de haberles quitado sus lenguas, dejarles su vida muda...¡pero la historia seguiría ahí! Todavía podían contar algo, por lo que preferí archivarlos, uno por uno, en mi biblioteca: en mi cuerpo, que también es un conjunto de historias. Deberé decir, sin ánimo de falsa modestia, que soy un gran devorador de historias. La cuestión es los modos de interpretación de los sucesos.
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