Que no te sorprenda que después de haber vivido casi más dos siglos sobre la faz de este planeta siga teniendo la misma idea sobre él: toda la sociedad se mueve en base a mierda y nunca nadie ha sido verdaderamente capaz de significarse por sí solo. Sé que me dirás que necesitamos de los otros para encontrarnos, como dijo Rimbaud: "Yo es Otro", pero, ¿qué pasa cuando ni siquiera entendemos algo de nuestro ser individual? No hay miedo más grande que el que nos impulsa a performarnos constantemente. ¿Por qué? Porque verdaderamente tememos a lo que somos por dentro, a las diferentes vidas que hemos almacenado con nosotros y que siguen siendo ellas, pero, nada que nos dé un indicio para decir: este soy yo.
Soy el único humano (si es que aún me puedo considerar como tal) que ha podido conocer lo miserable de la inmortalidad. Desde que debí aislarme para que nadie se enterara de mi condición, debido a que resulta que jamás envejeceré ni enfermaré y prácticamente los charlatanes me considerarían una especie de vampiro, leyenda, piedra filosofal, alquimista...he viajado por todo este planeta y he conocido lugares que jamás nadie podrá explorar en su corta vida. Al nacer en 1809, en vísperas de la independencia en Quito, el grito por vivir ya me había sido arrebatado de antemano. A los 21 años, después de haber explorado el viejo continente, mientras aún todos los seres humanos éramos cosmopolitas de alguna forma, supe que la muerte se había olvidado de mi. En 1830 me batí a duelo con un joven majará en Italia debido a mi sempiterno infortunio de enamorarme de quien no debo. En este caso, luché por Susannah Jackson, joven parisina de origen irlandés a quien había conocido mientras lloraba mi infortunio inmortal al río Sena. El majará logró, de una manera muy precisa, cortarme el cuello para morir lentamente. La sangre apareció, pero ningún túnel se anticipó a mi mirada para dirigirme hacia él. Durante la confusión del majará, logré vencer decapitándolo. Anna, como me pidió que la llamara, me decía que muy probablemente no muriera porque, después de hacer el amor esa misma noche, al abrazarme, no escuchó ningún sonido en mi pecho que le delatara alguna señal de vida. El pálpito estaba ahí, pero no había vida. Me explicó que mi corazón quizás funcionara como un eterno reloj al cual no es necesario darle cuerda y que no le parecía ridículo el proclamar que yo era el tiempo personificado. Le pedí que me diera un nombre nuevo, y en su traviesa imaginación supo imaginarme uno totalmente único y acorde a mi situación de inmortal anormal, como todos los dioses: Cronos Amón. Ambos, literalmente, dioses del tiempo y del destino.
No entraré en otros detalles que han acompañado mi vida durante todo lo que he vivido. Me pareció correcto el explicarte algo de mis inicios y sé que con eso bastará. Si me pusiera a narrar mi vida específicamente, tendría que escribirte una carta gigantesca de varios volúmenes de extensión. Ahora que he disipado esa interrogante puesto que no quiero que me consideres un cuentero sino un charlatán (entiéndase como alguien que cuenta cosas que no debería contar), te explicaré el porqué tu siglo me parece el más decadente de todos.
Con el aparecimiento de las redes sociales, el ser humano ha puesto su intimidad al alcance de todos y como propiedad común de una compañía a la cuál uno avala para hacer y deshacer de nuestra imagen como bien le parezca. Somos los ratones de laboratorio que la posmodernidad necesita y ha creado: dóciles, frágiles e idiotas. En mi supuesta inmortalidad (porque aún no sé si moriré de alguna forma) he logrado entender que los seres humanos son los elementos más execrables de este planeta; es por eso que su cobardía debe de ser objeto de lujo a través de comentarios mal fundados aún cuando tienen toda la información y la historia del planeta al alcance de sus manos: se creen omniscientes en su ignorancia, lo cual refleja lo patéticos que son para alcanzar algo.
El siglo XXI lleva consigo la falsa imagen de progreso. Por eso puedes ver como contínuamente las compañías te ofrecen nuevos aparatos tecnológicos para sedarte y creer tontamente que la acumulación de tecnología, cualquiera que sea su forma, te convierte en un falso cosmopolita. Hasta la lucha se ha vuelto pasiva. Creen que tweets o posts en facebook lograrán un cambio a través de la visibilización, pero, si no se une la praxis a este aspecto, no se ha hecho absolutamente nada al respecto. Se ha creado el fenómeno de convertir al arte en objeto de la mercantilización y la ignorancia. Nadie sabe el porqué de las cosas y solo se contentan con saber el para qué, la utilidad. Nos hemos convertido en el molde perfecto para la estupidez globalizada, la cual se populariza y ridiculiza a quienes, de alguna manera, quieren escapar del sistema integral moderno.
El miedo, aunque creas lo contrario, se ha internalizado mucho en los individuos. ¿Me aceptarán? ¿Es esta foto la adecuada para venderme y presentarme falsamente? ¿Deberé adaptarme a la moda para ser alguien? La performatividad que acompaña este siglo no es sinónimo de libertad. Somos nosotros porque, en los otros, hemos visto inevitablemente un fin último, homogéneo, natural. El falso discurso de diversidad, progreso e inclusión son las piedras base de este siglo que nos ha tocado vivir.
En mi inmortalidad he descubierto que, inevitablemente, todos nosotros somos redimidos por la muerte. En mi caso particular, continuaré caminando por este odioso purgatorio, pero no sin antes sacudir a tu siglo decadente esperando, falsamente esperanzado, algo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario