martes, 4 de octubre de 2016

Una noche de octubre

Refrigeradora vacía, a excepción de algo de leche, medicinas caducadas que ni yo recuerdo para qué servían y aliño. Merienda: la misma leche y algunos panes que pude comprar hace unos veinte minutos que salí a la tienda. Se supone que no es pan guardado, pero a mi me sabe insípido. Quiero llorar, sin embargo, las lágrimas continúan retenidas en los ojos debido a mi frustración de no saber cómo sobrevivir, y digo sobrevivir porque vivir es una cosa muy distinta. Esto se ha convertido en una lucha constante contra mi propia muerte, interna y externa, para no desfallecer y convertirme en sólo un fantasma de lo que antes fui, si es que todavía tengo algún lugar escondido en la memoria que me recuerde un momento de tranquilidad en el que haya podido decir: no necesito morir todavía. El café que le acabo de añadir a la leche es horrible. No es negro, más bien tiene una coloración muy similar al agua sucia que salen de mis manos cuando llego de la universidad. Leche con café sin color. Quiero llorar. A pesar de que la crisis afecte a la mayoría de la población, siento que, conmigo, tiene un componente extra: crisis existencial, crisis de fraternidad, crisis alimenticia, crisis emocional, crisis sentimental, crisis estructural, crisis de lágrimas, crisis de gritos, crisis de escape, crisis de ausencia, crisis de compañía, crisis de amistad, crisis creativa, crisis de libros...crisis que abarca cada aspecto de mi vida. Ya estoy llorando (una sólo lágrima). Se siente un poco bien ya no estar enmascarado en seriedad, sentirme vulnerable ante el mundo, en mi pequeño metro cuadro (o, bueno, no sé exactamente qué dimensiones tenga mi cuarto, pero no es muy grande, lo normal, creo yo, para no enloquecer por el encierro).sin que nadie me rescate, ahogado en realidad. La taza de la leche con café ya está fría. El clima de octubre, particularmente en las noches, hace que piense en convertirme en lluvia y bruma para desaparecer con el día. No me gustan los días, ni la luz. Quizás sea síntoma de una muerte anticipada, que ya la vivo diariamente, muerte de mi mismo, desesperado, abandonado por completo a la contemplación absurda de los eventos que me han llevado hasta donde me encuentro ahora: solo, frente al ordenador escribiendo para no perder la cordura, para sentirme menos miserable, para imaginar que, en algún momento, todo mejorará a pesar de la espiral en descenso en la que estoy transitando, Terminaré con mi taza de leche con café y el medio pan que me sobra. Me siento enclaustrado, sin la locura de la divinidad que esperanzaba a quienes construían su camino hacia la absolución. Lo mío es sólo dolor, nada más. Ah, y angustia.

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