Quisiera ya no saber nada de nadie y poder suprimirme internamente hasta el punto de la anulación total, sin que esto se llame suicidio; simplemente poder logar un estado etéreo en base al auto descubrimiento y al placebo administrado por mi cabeza todos los días: imaginación.
Simbiosis. Simbiosis. Simbiosis. No. Es imposible. Ni como repetición al momento de escribir, ni decir, ni vivir. Desequilibrio. No puede existir la simbiosis. Ya no me es preciso cierto estado en el que, supuestamente, todo se convierta en fuente de equilibrio. El equilibrio no existe. Todos los estados son pasajeros y es por ello de su eterno retorno; su fugacidad depende de la fugacidad de otras pequeñas explosiones, expansiones repetidas hasta la finitud de nuestra vida. Contradictorio. Solamente comprobado por la voz interna de cada uno. ¿Quién verdaderamente nos conoce sino nosotros mismos? Fuente de mutismo externo y diálogo solamente audible para nuestra mente, condicionada por la fuente misma del caos, de la muerte de la simbiosis: la palabra.
Delirio de persecución constante.
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