Punzada en la garganta. Contenerse, duele. En el pecho se aprisionan las pasiones, el deseo de volverse a sentir, la memoria táctil. Con la cabeza es toda una odisea de imágenes, de cadáveres de besos, de vistas profundas al detalle de la faz, cada poro, tic, guía, nervio. Las voces se replican intermitentemente y todo adquiere un tono azulado, ahogo de memorias y lágrimas.
- Le propuso matrimonio. Por eso le dije: Hijueputa, lo que faltaba.
Su cuerpo recorre mis ojos en cada sombra y su voz no se aleja ni deja de resonar, avispa asesina, vuelo terco.
- Quiero vomitar, en serio.
Me acerco al borde, a espaldas de la Tribuna, y miro la pista de BMX y luego hacia abajo. Arcadas. Ni un rastro de veneno. Contuve la presión y respiré profundamente. Tomé la botella y le di un trago tan largo que terminé con la mitad del alcohol de un solo golpe.
- Bueno...la vida es así...c´est la vie...c´est la vie...
Llueve. Los canelazos están a las órdenes. Hierven. Yo igual. Disimulo mi desencanto con ebriedad, y no me importa quemarme la lengua bebiendo. La misma lengua que produjo palabras que construyeron puentes, ahora sería quemada, amortiguada, adormecida. Danza macabra. No interesa. Bailo, movimiento continuo por su devenir cósmico, espiral constante, rigor mortis ausente: solo bailar hasta morir.
- ¡Qué chupe, Quito! ¡Qué chupe!
Soy Quito, Kitu. Soy los infiernos. Soy el Diablo burlado por su propio engaño. Soy la farra que escapa apoyándose en grandes crucifijos: Hasta la vuelta, hasta la mierda.
El amor es el dulce y moribundo toro negro que ve a la bella aurora despedido entre vivas a la muerte.
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