martes, 24 de octubre de 2017

Facsoniano #4

Sin reloj siento que el tiempo se apodera de mi lentamente y me pongo ansioso. ¿Serán las tres y media? Ya ha dejado de llover y el día está cubierto de grandes nubes grises, aunque el horizonte que dibujan las montañas aún es visible. Dentro del aula la temperatura es cálida debido a las luces halógenas de las lámparas y a la respiración de 19 personas que tratan de prestar atención a una exposición sobre Aníbal Quijano. Me gustaría que hablaran de Aníbal Quevedo y su locura, el fin último de la verdadera sanidad mental. Rodin estaría muy deprimido al saber que su escultura se replica en el tedio de los universitarios, no en un ejercicio mental de reflexividad de los mismos. Todos somos estatuas esperando a que alguna palomita o ave nos cague encima. Yo quisiera que me cague un cuervo, el tiempo, y transforme mi busto colonial con algo de su maquillaje, su mierda, como las geishas, que se maquillaban de blanco, o como un actor de kabuki; sería interesante estar en mi continua puesta en escena con una máscara distinta a la que llevo y a la que observo todos los días frente a los espejos: agua en charcos, celulares, reflejos en las ventanas de los buses durante las noches, vagabundos, pizarras: mis varios reflejos. Quito desde el noveno piso de la facso es un gran charco, y sólo quisiera que Wilson Manyoma le hiciera una salsa. ¿Ya serán las cuatro?

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