¡Tres manichos por un dólar! ¡Lleve el 'selfie' a dos dólares! ¡Almendras colombianas a un dólar! Avanzábamos hacia La Merced por la calle Mejía y ningún policía a la vista (desaparecieron en la García Moreno no sé por qué), peregrinábamos, como cucuruchos sin disfraz -penitentes- peregrinábamos, hacia la luz que te ciega si su intensidad es lo suficientemente fuerte como para desequilibrarte, y te vuelves a guiar por uno de tus sentidos ya tan olvidado en una época en que solamente nos excita lo visual: tu piel, el tacto, el cuerpo entero, que es una fiesta entera, que se abre paso entre la multitud, ¡cuatro tangos a un dólar, lleve la promoción!, ya no eres uno, ¡por un dólar!, eres multitud, ¡lleve las papitas a un dólar!, unidad que avanza como una gran serpiente de tetris por los distintos puntos en que los anzuelos de los lophiiformes de enormes bocas devora almas, piel desnuda, destellante, atraen al cardumen humano en busca de ceguera temporal (o reflexiva) y los hipnotizan, en las zonas abisales en las que, durante las noches, se convierte en Centro de Quito para la Fiesta de las Luces.
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