La idiotez es una
enfermedad extraordinaria,
no es el enfermo el que
sufre por ella, sino los demás.
Voltaire
Dolor de espalda. Costillas apostadas contra su
estómago. Sudoración de biela fría que lograría calmar su ansiedad de fogonazos
fúricos de visiones dantescas y puteadas a aquellos que corrieron con sus
piernas en el revólver. Enmudece. América ahora solo la recuerda como el último
espasmo de unidad, de camino recorrido, de sueño roto. Enloqueció. Escondió su
odio y se refugió en la risa muerta, en el mal humor, en la motivación de
aquellos que, al cambiar de perspectiva, solo pueden imaginarse qué tan
miserables pueden volver a los demás: escondió en su supuesto positivismo toda
la cabreadera de la venganza que nunca pudo obtener. Se convirtió en héroe
junto a su sombra perpetua: la de los grandes ojos verdes, una cosa del pantano
asquerosamente atractiva en su inmundicia radioactiva. Se volvió el sidekick
conciliador de aquellos que solo veían en él a una figura noble, hasta tierna,
falta de amenaza o de planes maquiavélicos. Guardaría en su corazón su único yo
real hasta otro múltiplo de tres que le diera la señal para trastornarse,
negarse y afirmarse. 24 de mayo. Convertiría a ese 3 de enero en 3 personajes,
a lo Peter Sellers: sería capitán, presidente y madman confiable, cómico. Deliraba. Ahora solo él sería el receptor del
único código capaz de detener cualquier inminente catástrofe, solo él podría
dirigir el destino al borde de la extinción, solo él podrá ser el nazi
reconvertido a ciudadano de ensueño que imagina una nueva y más perfecta
generación de ecuatorianos. Dolor de espalda. Costillas apostadas contra su
estómago. Sonrisa amplia. Abrazo de momia. Renació en el poder, en la constitución.
Venganza y odios consumados en solo tres años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario