El escritor fracasado se lamenta eternamente por no poder conseguir, sin práctica, su genio falsamente estimulado por su propio ego. Cada vez que se le presenta la ocasión para ejercitar su oficio, medita intensamente sobre el fracaso que e espera en la hoja en blanco, sin haber aún escrito ni una sola palabra. Quiere cultivar su habilidad esperanzado en una esencia supuestamente transmitida por una divinidad omnipotente que le ha encargado la tarea de trascender, sin esfuerzo, en el mundo terrenal. Se preocupa por éxito tanto, que sólo confía en que, del cielo, caiga la respuesta y el trabajo indicado que lo auxilie de su apatía. Lee los clásicos pensando que ha vivido las vidas suficientes para reclamar un lugar junto a ellos, a pesar de que únicamente, según él, se pueda absolver por ser un sufridor nato, crucificado como mártir literario, elevado a los altares de su patética existencia. Se aísla del mundo como un paria, pensando que algún fantasma le aconsejará y le guiará por el camino indicado hacia la iluminación, pero lo único que consigue es elevar su tristeza hasta el infinito, sollozando por su trágica existencia, semilla de diente de león, que se deja llevar por el viento multiplicando, como hierba mala, las incongruencias de su vida.
El escritor fracasado teme al fracaso y convoca, en su miseria, a todos los profetas, ángeles, santos, demonios, y seres malditos o místicos, para que le obsequien un ápice de suplicio para salvarse como bien pueda, sin realizar un esfuerzo que le obligue a sobrellevar las risas y las voces de quienes sólo se ocupan de vivir livianamente; y es que, ha creído tanto en lla miseria que se ha condenado a la misma con la esperanza de volverse etéreo para que todos respiren su malestar. Trata de ser magro y de tener una dieta lo suficientemente asquerosa para castigar a su cuerpo, disminuir su vida, amplificando los silencios que lo ensordecen perennemente. Las noches son el momento indicado para sanar su estupidez, y querer fundirse con la nada, lugar preciso en el que se siente parte de algo, de un todo causal y cósmico que lo marque con una señal de sacrificio para la mano de dios, y así, entre la sangre de inocentes, gritar su rabia escondida frente a quien, por designio del destino, del azar, ha sido elegido para comandar legiones de almas en pena en un reino que conoce la felicidad amalgamada entre sin razón, miedo e insuficiencia moral.
Al llegar a su casa, el escritor fracasado libera su carga y se dirige a su cuarto queriendo morir en algún sueño producto de su propia cobardía, en el que pueda ser héroe para vengarse de su mala suerte, pero, no lo consigue. Se transforma en pesadilla, terror nocturno, y los dioses le devuelven en su petrificación, los castigos que tanto ha anhelado durante el día. Corre por un campo sombrío lleno de cadáveres en el suelo, perseguido por sus demonios, quienes aúllan y lanzan dagas y vituperios. Se sofoca, grita por una mano que pueda auxiliarlo, pero nadie lo escucha. Los demonios ríen y atacan, queriendo darle muerte a quien tanto ha suplicado por la misma. Ve a lo lejos su visión/sueño, y corre frenéticamente. A cada metro que avanza envejece un año, y sabe que los demonios conseguirán capturarlo para ofrecerlo a los fantasmas de quienes tanto ha querido parecerse. Sabe que es presa fácil y, con su último hálito dibuja en la calavera de un muerto su signo eterno.
Al despertar, el escritor fracasado, empapado en sudor, respira fuertemente tratando de conservar la calma. Aún es de madrugada y sabe que si vuelve a dormir, los demonios nuevamente trataran de llevarlo al olvido. Sale de su cuarto para tomar un gran vaso de agua, y respira pausadamente, deteniéndose en los detalles que lo martirizaron durante su pesadilla. Quiere llorar su infortunio, su estupidez, su apatía, su propia debilidad. Al terminar de beber, piensa en la mañana que lo espera y suplica, nuevamente, que algo le rescate de su fracaso, su vida, su pluma vacía, cerebro en blanco. Patético.
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