domingo, 24 de junio de 2018
Jikan ga kureba owaru
Llévame a bailar a una pista con baldosas a blanco y negro, y de preferencia un tango, algo que ni tú ni yo podemos dominar, pero sí sentir, a lo Al Pacino en Scent of a Woman o como Tony Leung y Leslie Cheung en Happy Together. También, en lo posible, lleva unas tres enteras de alondras o de vaqueros (no les voy hacer propaganda a esos hijueputas que aprovechan de nuestra soledad), a ver si esa pendejada de la libertad es cierta cuando uno fuma, aunque yo únicamente siento un mareo del carajo, similar a cuando me pides que lo intentemos de nuevo, sabiendo perfectamente que las sesiones en Terranova son sexo casual y no tierra nueva, ni que fuéramos colonizadores o, peor aún, nativos para comprendernos violentamente, solos, despojados de lo último que le quedaba a nuestras ganas de querer vivir sencillamente bien, solos. Somos nada vos y yo, así de sencillo. Partículas indiferentes, de tangos indiferentes, de humo indiferente en moteles de mala muerte. ¿Que para qué la pista? Es que, únicamente ahí sí peleamos como se debe. Ni en la cama nos entendemos tan bien como cuando bailamos y siento tu ritmo, y tu sexo pulsando en mis caderas y en mis piernas, y me siento deseado por tu esperanza salsera, ¡qué lío! Y nos encerramos en el baño y nos comemos enteros los labios, lastimándonos más el recuerdo y la esperanza, devorándonos sin piedad envueltos en luces rojas pensando que el amor se manifiesta de formas extrañas, señales de pulsar de alguna estrella muerta que lleva nuestros nombres en su último grito, epitafio que lee: celebrate and dance so free. I've seen that face before, libertango. Dance pop asfixiado de nostalgia. Prométeme vestirte de rojo, lucecita distante, mi dulce tabú, así cuando llegue a mi casa llorando de nuevo les diga que fue el mismísimo Rimbaud el que me agujeró el corazón de un disparo por la falsa promesa de días mejores. ¡Sigue rumbo al sol, mi querido maldito!
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