Al parecer mi ángel de la muerte
tiene el rostro de Abdalá y es por eso que me rehúso a morir -aún mientras me
ahogo en las más terribles cavilaciones existenciales-, inclusive si me
encuentro mareado por el falso intento de suicidio que mi torpeza produjo al
romper de manera inadecuada el vidrio de la puerta del bar para robarme algunos
tragos, y me encuentro caminando, saludando a Andrés, a Medardo, a Javier, mis
panas tomando una biela escuchando a Mister Juramento en una restaurada Wurlitzer;
las sendas distintas suenan y me canso
de vivir (tendrás que llevar ese peso), y me siento en la mesa de los
decapitados –tiemblo- saco del bolsillo de mi camisa blanca una cajetilla de Modern
rojos y una Clipper naranja, enciendo un cigarrillo y le doy una larga pitada con
mi mano izquierda, ya saben, la derecha cubría de sangre el piso y no quería
alertar más a mis amigos porque el cambio brusco de colores es de un impacto
muy fuerte para quien se encuentra atrapado en el limbo de la cotidianidad; el
humo del cigarrillo, espeso, llenaba el espacio de tiempo en el que yo
desaparecía para enfrentarme a la palabra, arrojé mi cabeza hacia atrás, y aún
sosteniendo el cigarrillo en la boca, dije: Bucaram viene por mi alma, quiero
vivir, no quiero una muerte mediocre.
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