martes, 5 de septiembre de 2017

Chico Bueno

Al parecer mi ángel de la muerte tiene el rostro de Abdalá y es por eso que me rehúso a morir -aún mientras me ahogo en las más terribles cavilaciones existenciales-, inclusive si me encuentro mareado por el falso intento de suicidio que mi torpeza produjo al romper de manera inadecuada el vidrio de la puerta del bar para robarme algunos tragos, y me encuentro caminando, saludando a Andrés, a Medardo, a Javier, mis panas tomando una biela escuchando a Mister Juramento en una restaurada Wurlitzer;  las sendas distintas suenan y me canso de vivir (tendrás que llevar ese peso), y me siento en la mesa de los decapitados –tiemblo- saco del bolsillo de mi camisa blanca una cajetilla de Modern rojos y una Clipper naranja, enciendo un cigarrillo y le doy una larga pitada con mi mano izquierda, ya saben, la derecha cubría de sangre el piso y no quería alertar más a mis amigos porque el cambio brusco de colores es de un impacto muy fuerte para quien se encuentra atrapado en el limbo de la cotidianidad; el humo del cigarrillo, espeso, llenaba el espacio de tiempo en el que yo desaparecía para enfrentarme a la palabra, arrojé mi cabeza hacia atrás, y aún sosteniendo el cigarrillo en la boca, dije: Bucaram viene por mi alma, quiero vivir, no quiero una muerte mediocre. 

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