Una de las facultades
primarias que tiene nuestra imaginación es la de ser un caos creador; de ella
nacen las historias que componen nuestra realidad para transformarla en
distintas interpretaciones, lo que llamamos subjetividad, sentimientos
individuales. Su más grande potencial se muestra al momento de imaginar finales
desastrosamente esperanzadores. El miedo a lo desconocido potenciado por los
avances científicos -acercamiento a la búsqueda de la divinidad- por su paso
sobre el planeta convierte al ser humano en un despojo de vida tiránica y
brutal, con el único objetivo de obtener poder en todos los sitios y en ninguno,
de hacer su voluntad -hágase su voluntad en la tierra como en el cielo como
rezaría, literalmente, un muy popular mantra- sin embargo, a pesar de su
despersonalización, extrañeza psíquica, logra guardar parte de esa locura en lo
anormal definido por el mismo poder en lo socialmente inadmisible, llámese
rebeldía, esperanza, unión, amor.
El arte en sus
distintas variantes recrea las visiones del ser humano sobre su fin, debido a
que su realidad, el sentipensar, profetiza futuros. El cine, verdad 24 veces
por segundo, ha conseguido transmitir muchos de esos apocalipsis o revelaciones
inspirados por el tiempo en el cual el ser creador se encuentra, imposibilidad
de hallar un absoluto. Al componernos de finitud es normal nuestro miedo a lo
improbable, al futuro; es sólo cuando lo tenemos cerca de nosotros como realidad
plausible, aprobada, real, que nuestra imaginación magnifica las distintas
posibilidades de final, de auto eliminación, de muerte.
Desde principios del
siglo XX, el apocalipsis encontraba su génesis profética en gobiernos o corporaciones
–sinónimos si lo pensamos bien en realidad- quienes controlan cada aspecto de
la vida de sus pobladores, para progreso de la humanidad -discurso eufemístico
de eterna valía- en beneficio de quienes rigen el devenir del futuro de la
población a favor de sus intereses. En estas distopías -sociedades ficticias
indeseables, no-lugares- el gobierno o corporación recurre a la tecnología,
potenciada por los medios de masas, para el control y vigilancia totalitario de
su población, siempre en busca de la homogenización de la vida.
En la década de los
ochenta, el cine vio reflejado el inminente miedo humano a su auto aniquilación
desde la cultura. Los videojuegos, la moda y el crecimiento exponencial de los
medios de comunicación, particularmente de la televisión, serían los
componentes primarios para el cine distópico de temática futurista y
post-apocalíptica mayoritariamente orwelliana adaptado a su siglo consecuente,
el siglo XXI. Varios son los ejemplos en los que el futuro para el siglo XXI
resulta una visión totalitaria en el que la vida es sobrevivencia brutal aunque
esperanzadora.
La página web https://www.whatismymovie.com
es un motor de búsqueda que nos permite, a través de palabras clave, descubrir
películas que muy probablemente hayamos olvidado o que deseamos recordar a
través de la descripción a partir de nuestras propias palabras como elementos
de búsqueda. Al poner en su barra de búsqueda las palabras ‘dystopia, ‘80’s’,
‘videogames’, ‘virtual reality’ son 10 las películas que sobresalen como justos
representantes de cine distópico. Para evitar arruinar la sorpresa del
encuentro con futuros inciertos, me limitaré a listar las que, en lo personal,
considero sus diez mejores exponentes, en orden cronológico:
1.
Mad
Max 2: The Road Warrior de George Miller (1981)
2.
Blade
Runner de Ridley Scott (1982)
3.
Tron
de Steven Lisberger (1982)
4.
Videodrome
de David Cronenberg (1983)
5.
The Terminator de James Cameron (1984)
6.
The
Element of Crime de Lars Von Trier (1984)
7.
Brazil
de Terry Gilliam (1985)
8.
Mad
Max: Beyond Thunderdome de George Miller (1985)
9.
Robocop
de Paul Verhoeven (1987)
10. Akira de Katsuhiro Otomo (1988)
Advertencia: los
no-lugares que son representados en las películas pueden o no ajustarse a
nuestra realidad contemporánea sin ser necesariamente profecías de nuestro ya
incierto futuro.
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