He cruzado el umbral de la ignorancia hacia territorios frenéticos, en donde me he encontrado acompañado de muchos más imbéciles que, como yo, creen saberlo todo de cosas que escapan a la comprensión básica de la realidad, treta malformada por un poco de televisión, sapiencia facebookera barata, y unos cuantos camaradas que, gracias a la venta exclusiva de la imagen de instagramería obscena y fútil, consideran verdad mis múltiples y obsoletas reflexiones del diario vivir, esquizofrenia adquirida por mi real realidad irreal.
Soy un hipermercado de emociones. Mi entrada es enceguecedora, lo puebla el blanco en luces, filtros, poses, perchas y pisos, entro en una totalidad blanquecina que me guía hacia pantallas y artículos de descuento: risitas falsas, boomerangs a mis mejores atributos físicos, loops de pendejadas varias como sacar la lengua, mover los pies, mover las manos, guiños...ustedes elijan su patraña favorita; vídeos de mi felicidad pre fabricada, de mi sensualidad pornográfica, de mi belleza sospechosa. Soy un paranóico depresivo adicto a likes, corazones o retwits. Soy una nueva especie de tecnomaníaco que adapta su vida a través de un espejo negro. Soy un neofantasioso masturbador virtual, parte de la pléyade de pseudoartistas que enaltecen la soberbia y el egoísmo como intercambio de afecto, de cultura. Soy mi degradación y mi mentira mejor construida. Soy el usuario, soy el perfil, soy la cuenta, soy el WhatsApp...soy mi no yo, soy mi propio explotador creyendo en mi falsa realización. Soy auténtico...soy un algoritmo exquisito de historias falsas.
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