martes, 28 de marzo de 2017

Efímero

El color rojo tiene la particularidad de representar, a través del ojo humano, una cantidad infinita de ficciones que uno inventa por la sensación directa de este color con la emotividad que estalla en la pupila, algo fuerte, imprevisto, atrayente, que convierte a quien esté cubierto de este color, de cualquier forma, en un ente pasional extraño. La alerta que causa el color rojo en nuestra visualidad es una ambigüedad: peligro disfrazado de pasión, alerta expuesta como mandato de pausa, atracción – repulsión cuando los labios se pintan de sangre. Mientras la biela lleva sangre al corazón, fortaleciéndolo, como espinaca utilizada para llevar oxígeno a sus lugares más dañados, la luz roja del bar cubre a quienes se encuentran en su parte posterior, en las “camas”, lugares cubiertos de viejas alfombras sucias, donde uno puede sentirse como el más miserable de  los sultanes criollos mientras sufre de calambres en las piernas por adoptar las más diversas posturas para poder sentarse; ahí, cubierto por esa luz peligrosamente atrayente, el azar obró a favor de la memoria para recordar la última vez que un par de labios rojos sonrieron perversamente a través de un vaso de cerveza para decirme: ¿Otro combo? La luz roja, la biela y los labios son parte de un mismo síntoma: saudade. Todo artefacto sentimental ideado por la mente. Efímero.

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