domingo, 20 de agosto de 2017

Corazón Valiente

No ocultaba sus cicatrices, sus nueve y profundas cicatrices; mirando al cielo buscando su astrología, su signo opuesto, el sol de verano en su pulsera de acuario, celeste, su vida en los cielos, ¿qué tormentas habrán pasado por tu casa mientras el sol fijaba su luz en tus heridas? Nueve cicatrices en la muñeca del brazo izquierdo. Su antebrazo derecho también tenía cicatrices, justo a medio cúbito, cinco para ser exactos, pero estas se dibujaban sin tanta profundidad, aunque no por eso dejaban de estar menos marcadas en la dermis, y denotaban menos fuerza, muestra de su diestra manera para tratar morir y su siniestra forma de realizarlo. Los cortes eran adornos, escarificaciones, arte, historia, proceso, objetivo, sin razón. Las manos toscas, pequeñas, sí, las mismas que le dieron más rayas a la tigresa, Elvira, Perséfone, reina de los inframundos, son las mismas que sostienen a una niñita de diez años que duerme sobre su regazo. En el bus (bebí tu veneno y caí en la trampa), mira a la ventana (desde que lo tuyo no es más que una hazaña), tratando de enfocar a la figura frente a ella (que para mi queda solo sufrimiento), y aunque es ella no se reconoce (que voy a caer en lo profundo del infierno). Y no me importa nada, (toma de su bolso un espejo/cepillo, rímel, sombras y labial rojo) porque no quiero nada, (se mira al espejo) yo sólo quiero sentir lo que pide el corazón (y comienza a maquillarse). Y no me importa nada, (algo de rímel en los ojos) porque no quiero nada (se detiene), y aprender como duele el alma con un adiós (y empieza a llorar). Es agosto (porque tengo un corazón valiente) y aunque acuario es opuesto a leo (voy a quererte), a pesar de todo (voy quererte) el sol aún le favorece (porque tengo un corazón valiente…) Llanto y música en fade out mientras el bus se aleja por la Av. 6 de diciembre y Juan Molineros.

sábado, 12 de agosto de 2017

Charles Manson

Bueno, Dios, al parecer tú eres mi mejor amigo puesto que yo te he inventado.

Sobre las luces

¡Tres manichos por un dólar! ¡Lleve el 'selfie' a dos dólares! ¡Almendras colombianas a un dólar! Avanzábamos hacia La Merced por la calle Mejía y ningún policía a la vista (desaparecieron en la García Moreno no sé por qué), peregrinábamos, como cucuruchos sin disfraz -penitentes- peregrinábamos, hacia la luz que te ciega si su intensidad es lo suficientemente fuerte como para desequilibrarte, y te vuelves a guiar por uno de tus sentidos ya tan olvidado en una época en que solamente nos excita lo visual: tu piel, el tacto, el cuerpo entero, que es una fiesta entera, que se abre paso entre la multitud, ¡cuatro tangos a un dólar, lleve la promoción!, ya no eres uno, ¡por un dólar!, eres multitud, ¡lleve las papitas a un dólar!, unidad que avanza como una gran serpiente de tetris por los distintos puntos en que los anzuelos de los lophiiformes de enormes bocas devora almas, piel desnuda, destellante, atraen al cardumen humano en busca de ceguera temporal (o reflexiva) y los hipnotizan, en las zonas abisales en las que, durante las noches, se convierte en Centro de Quito para la Fiesta de las Luces.