No sabría que escribir por alguien ausente ya, es decir, tengo a esa persona aquí a mi lado pero está desahuciada. Tiene miedo. Se siente sola. A pesar de todo tiene muchas dudas, más de las que había tenido durante todo el tiempo en el que existió, calculada por pasos celestes. El dolor se vuelve su fuerza. Los miedos regresan y sabe que gritan alaridos terribles dentro de su mente, para ya noquearla de una vez. Sus ojos ya están cansados, pero el maquillaje, la imaginación, tienen a esa persona envuelta en una máscara sin fin, en constante mutación. Puede tomar cualquier forma imaginable, y el tamaño tampoco es un impedimento real para dejar de existir como le plazca. Pero son sus ojos, esos mismos a los que uno supuestamente puede cambiar, los que no cambian. En este día cobran un aire imperturbable. Dentro de ellos hay muerte. ¡Y qué muerte!
Siempre se encuentra acompañada de muchas mujeres, hombres travestidos que se disfrazan de lo que verdaderamente quisieran ser, sus represiones se desinhiben, la putería es signo de admiración y de goce para quienes se divierten al verlos pedir algo de compensación por tan excelente actuación dada. Mientras más se asemejen a su supuesto lado femenino, propio en todos los seres humanos, sin excepción, más dinero tendrán para velar adecuadamente a la persona desahuciada, quien se encuentra secuestrada en una coraza de papel, goma, aserrín, ropas viejas; cualquiera que sea el material, nada esconde el goce por el final, ficticio, pero muerte de todas formas.
Nada mejor para olvidar el inevitable paso del tiempo que las pocas luces que nos hemos creado de nuestro futuro mientras explotan en el cielo que irremediablemente siempre nos verá con los mismos ojos de pena, de tristeza, de melancolía; noche que siempre sabrá que, a pesar de tener aprisionados nuestros deseos en un muerto material/irreal, ni los juegos pirotécnicos, ni las camaretas, ni los silbadores, ni los tumba casa, ni los buenos deseos (feliz año, que sea de éxitos y de bendiciones...¿a sí?, pues anda a decirle la misma huevada a los demás que si te creen esas mentiras, hijueputa) nos alejan de nuestra eterna hipocresía de pensar que, a pesar del paso del tiempo, todo irá mejor.
Medianoche. Mi año muerto, la persona desahuciada, es un Vegeta como mono gigante. Es bueno saber, muy escondido dentro de uno, mientras se quema junto a otros tres muertos más, mientras la gente se abraza en llanto, y no sé si de verdadera felicidad, pero ebrios de un nuevo comienzo, de algo nuevo, de lo que jamás llegan a obtener por miedo, por desidia, por tedio, ebrios del supuesto optimismo de encontrarse frescos durante la medianoche, sin saber que, por la misma razón de que el tiempo no espera, sus deseos, sus memorias, quemadas junto al muerto, aseguradas con doce uvas y un calzón amarillo, son promesas, que ya echas cenizas, se dejan al olvido.
He acordado no prometerme más a cadáveres, principalmente a los de mi pasado y a los de mi futuro. (Esto no lo quemé el 31 de diciembre)